“Todos los recaudadores de impuestos y los pecadores se acercaban a Jesús para oírle; y los fariseos y los escribas murmuraban, diciendo: Este recibe a los pecadores y come con ellos.”(Lucas 15:1.2)

Meditación

Todos los recaudadores de impuestos y los pecadores se acercaban a Jesús para oírle; y los fariseos y los escribas murmuraban, diciendo: Este recibe a los pecadores y come con ellos.”(Lucas 15:1.2)

En primer lugar, observemos en estos versículos el extraordinario testimonio de nuestro Señor que dan sus enemigos. Leemos que cuando “se acercaban a Jesús todos los publicanos y pecadores para oírle, y los fariseos y los escribas murmuraban, diciendo: Este a los pecadores recibe, y con ellos come”.

El testimonio de los escribas y fariseos era estricta y literalmente cierto. El Señor Jesús es ciertamente alguien que “a los pecadores recibe”. Los recibe para perdonarlos, para santificarlos y hacerlos idóneos para el Cielo. Es su especial misión el hacerlo así, y para este fin vino al mundo. Vino no a llamar a los justos, sino a los pecadores al arrepentimiento. Vino al mundo a salvar a los pecadores. Lo que Él fue sobre la Tierra lo es ahora a la diestra de Dios y lo será por toda la eternidad. Es, sin ningún género de dudas, amigo de los pecadores.

En segundo lugar, observemos en estos versículos las importantes figuras con las que nuestro Señor describe su propio amor hacia los pecadores.

El amor de Cristo es un amor activo que obra. Igual que el pastor no se quedó quieto hasta recuperar su oveja perdida y la mujer no se quedó quieta hasta encontrar la moneda perdida, así nuestro bendito Señor no se quedó quieto en el Cielo lamentándose por los pecadores. Dejó la gloria que tenía con el Padre y se humilló a sí mismo haciéndose semejante a los hombres. Descendió al mundo a buscar y salvar a los que estaban perdidos. No se quedó quieto hasta hacer expiación por nuestras transgresiones, traer justicia eterna, proveer redención eterna y abrir la puerta de la vida a todos los que quieran ser salvos.

El amor de Cristo es un amor abnegado. El pastor llevó a casa a su oveja perdida sobre sus propios hombros en lugar de dejarla en el desierto. La mujer encendió una lámpara, barrió la casa y buscó con diligencia, y no escatimó esfuerzos hasta encontrar la última moneda. Y así mismo, Cristo no escatimó el entregarse a sí mismo cuando se dispuso a salvar a los pecadores: “Sufrió la cruz, menospreciando el oprobio”. Puso “su vida por sus amigos” (Hebreos 12:2; Juan 15:13).

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