Salmo 121

Salmo 121:

¡Guardado! 

Jehová es tu guardador

Cántico gradual.

       1    Alzaré mis ojos a los montes;

¿De dónde vendrá mi socorro?

       2    Mi socorro viene de Jehová,

Que hizo los cielos y la tierra.

       3    No dará tu pie al resbaladero,

Ni se dormirá el que te guarda.

       4    He aquí, no se adormecerá ni dormirá

El que guarda a Israel.

       5    Jehová es tu guardador;

Jehová es tu sombra a tu mano derecha.

       6    El sol no te fatigará de día,

Ni la luna de noche.

       7    Jehová te guardará de todo mal;

El guardará tu alma.

       8    Jehová guardará tu salida y tu entrada

Desde ahora y para siempre.

 

 

121:1–2 Algunas de las primeras versiones de la Biblia traducen el comienzo de este Salmo sin interrogante, es decir:

«Alzaré mis ojos a los montes,

De donde vendrá mi socorro».

Más tarde, algunos traductores pensaron que era una herejía pagana, esto es, la idea de que el socorro viene de los montes en lugar del Señor (Jer. 3:23). Así que, cambiaron la puntuación de la segunda parte del versículo uno para que fuera pregunta. Es la lectura que tenemos en la Reina Valera:

«Alzaré mis ojos a los montes;

—¿De dónde vendrá mi socorro?

Mi socorro viene de Jehová, que hizo los cielos y la tierra».

Todavía prefiero la primera traducción, sin interrogante, y explicaré por qué. El templo en Jerusalén era la morada de Dios en la tierra. La nube de la gloria en el lugar Santísimo significaba la presencia del Señor en medio de Su pueblo. La ciudad de Jerusalén está situada en un monte y está rodeada de montes. Así que, cuando un judío en otras partes de Israel necesitaba ayuda divina, miraba a los montes. Esto le era como mirar al Señor, puesto que la morada del Creador estaba en los montes de Jerusalén. De modo que había un sentido poético en el que todo socorro venía de los montes.

En los primeros dos versículos, el que habla es el salmista, que expresa su confianza total en el Hacedor de los cielos y la tierra.

 

121:3 Comenzando con el versículo 3, cambia el que habla. En el resto de los versículos escuchamos al Espíritu Santo garantizando la seguridad eterna de los que confían en el Señor. Es la garantía de estabilidad segura. El pie del creyente es preservado de resbalar. Puesto que el pie ilustra el fundamento o el apoyo, significa que Dios guardará a Sus hijos que confían en Él, y que no resbalarán ni caerán.

121:4 No se adormecerá el que te guarda o “el que te protege no caerá en sueño”. Si nuestro Guardián se adormeciera no resistiríamos un instante; le necesitamos tanto de día como de noche, somos incapaces de dar un solo paso con seguridad si no es bajo su mirada protectora. Esta es, ciertamente, una de las estrofas preferidas en un cántico de peregrinaje. Dios es la escolta y guardaespaldas de sus santos. Y cuando surgen peligros a nuestro alrededor estamos a salvo, porque nuestro Protector y Preservador está siempre despierto y no permitirá que seamos sorprendidos. No hay fatiga o agotamiento posibles que puedan hacer que nuestro Dios caiga en el sueño, sus ojos vigilantes nunca se cierran.

121:5–6 Está la garantía de que nuestro guardador es nada menos que Jehová mismo. El gran Soberano del universo está personalmente involucrado en la seguridad incluso del santo más desconocido.

Jehová es tu guardador. A este guardián al que ha estado refiriéndose en los dos versículos anteriores mediante pronombres: “el que te cuida (…) el que cuida a Israel”, aquí se le aplica un nombre conciso y concreto: “Jehová es tu guardador” ¡Qué mina tan valiosa en significado tenemos aquí! ¡Es de oro puro! Y cuando va acuñada con el nombre del Rey, basta para pagar todos nuestros gastos desde que nacemos aquí en la tierra hasta nuestro reposo eterno en el cielo. Aquí nos encontramos con una persona gloriosa: Jehová, que asume de gracia el oficio de guardián y lo cumple en persona. Y lo lleva a término con carácter personal: “Jehová es tu guardador”, en favor de una persona especialmente favorecida en concreto: “tú”; y con la firme seguridad revelada de que está vigente el día de hoy y hasta este mismo instante: “Jehová es tu guardador”

 

121:7–8 Aquí tenemos la garantía de ser librados de todo mal. Es un hecho indudable que nada puede venir a la vida de un creyente sin la voluntad permisiva de Dios. Para nosotros no hay circunstancias al azar, suerte, accidentes sin propósito ni tragedias fatales. Aunque Él no es autor de enfermedades, sufrimientos ni muerte, soberanamente los permite y los controla para el cumplimiento de Sus propósitos. Mientras tanto, los hijos Suyos que confían en Él pueden saber que todas las cosas les ayudan a bien, a los que son llamados según Sus propósitos (Ro. 8:28).

Finalmente, vemos la garantía de la vigilancia y el cuidado de Dios sobre todos nuestros movimientos en el tiempo y luego en la eternidad. Él guardará nuestra salida y nuestra entrada desde ahora y para siempre.

Las palabras «guardar» y «guardador» aparecen seis veces en estos ocho versículos. Algunas versiones ponen «preservar» en los vv. 7 y 8, pero todo viene de la misma palabra hebrea. Es una repetición que declara que nadie está tan seguro como la persona que ha recibido al Señor como su única esperanza.

«El alma que en Jesús reposa,

Nunca a sus enemigos entregada será.

Esa alma, aun con el infierno en su contra,

Él nunca, no nunca, la desamparará.»

Richard Keen (1787)

Amados hermanos y hermanas,

Es bueno mirar siempre a lo fuerte en busca de fuerza. Los habitantes de los valles padecen enfermedades peculiares para las que no hay mejor cura que pasar una temporada en las cumbres; y es saludable que se sacudan el letargo y se escalen las montañas que les rodean. En la llanura son presa fácil para los bandidos y saqueadores, y para escapar de ellos el método más seguro es escapar a los refugios en las montañas. A menudo los enfermos y los lugareños amenazados, antes de iniciar su escalada, alzan los ojos con esperanza y contemplan anhelantes las alturas de los montes, ansiosos de estar ya en sus cumbres y sentirse libres de todo peligro. Así el salmista, hombre justo y santo, al sentirse amenazado por sus calumniadores que lo atormentaban sin cesar, entona las estrofas de este soneto escogido alzando su mirada a las alturas, al Señor Todopoderoso, convencido que desde su posición más elevada él ve todas las cosas de modo distinto, y está dispuesto a derramar socorro sobre su siervo afligido. A los santos la ayuda les llega exclusivamente desde arriba, si miran hacia a otros lugares es en vano. Alcemos pues nuestros ojos a las alturas con esperanza, expectación, deseo y confianza.

Satanás se esforzará en lograr que mantengamos los ojos fijos en nuestras aflicciones, a fin de que nos sintamos inquietos y desanimados. ¡No caigamos en su estratagema! Hagámonos fuertes en nuestra determinación de mirar siempre a las alturas, porque hacerlo será un bálsamo, y no sólo para nuestros ojos, sino también para nuestro corazón, pues aquellos que alzan su mirada a los montes eternos pronto elevan también hacia ellos su corazón.

Los propósitos y designios de Dios, sus atributos, sus promesas inmutables, el Pacto, son realidades que se hacen presentes constantemente en todas las cosas, y son realidades firmes y seguras; la divina providencia, la fidelidad probada del Señor, son los montes hacia los que debemos alzar nuestros ojos, pues es de ellos de donde vendrá nuestro socorro.

Nuestra determinación como creyentes ha de ser, por tanto, la de levantar siempre la mirada, evitando caminar a ciegas, con los ojos vendados.

¿Acaso comienza el salmista su cántico con un interrogante? ¿Duda y se pregunta por ventura: «¿Qué hago? ¿Alzo mis ojos a los montes?»? ¿Se cuestiona si el apelar a lugares más elevados podrá o no aportarle refugio? ¿O renuncia quizá a la idea del ascenso alegando que los neófitos sin entrenamiento no pueden seguir la marcha de los montañeros veteranos y expertos? ¿Se pregunta “¿De dónde vendrá mi socorro?”? Nada de eso; la afirmación es rotunda y tajante: “Alzo mis ojos a los montes de donde vendrá mi socorro”, y acto seguido aclara cuáles son esas alturas de las que vendrá su socorro:

“Mi socorro viene del Señor, que hizo los cielos y la tierra”.

Comentarios de: William MacDonald, C. H. Spurgeon (editados por radio gracia y paz)

www.radiograciaypaz.cl

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