Meditación
”Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios;” (Efesios 2.8)
El apóstol vuelve a la afirmación sobre el modo de la salvación que ya se consideró antes (v. 5), “porque por gracia estais siendo salvos”. Pablo desea destacar la causa y razón de la salvación que es la gracia, por tanto sitúa la expresión al principio de la oración para darle una posición preeminente. Pablo destaca aquí que todo lo alcanzado en la experiencia de salvación y la salvación misma es solamente por la gracia de Dios. La gracia se anuncia como causa de la salvación en el mismo plan de redención, como el apóstol Pablo enseña: “Quien nos salvó y llamó con llamamiento santo, no conforme a nuestras obras, sino según el propósito suyo y la gracia que nos fue dada en Cristo Jesús antes de los tiempos de los siglos” (2 Ti. 1:9). Es necesario enfatizar que todo cuanto tiene que ver con salvación procede absolutamente de Dios, como la Biblia enseña claramente: “La salvación es de Jehová” (Sal. 3:8; Jon. 2:9). El apóstol vincula la salvación con la gracia en todo el proceso desde la dotación del Salvador, en el cumplimiento del tiempo (Jn. 3:16; Gá. 4:4; 1 P. 1:18–20), pasando por la ejecución del sacrificio expiatorio por el pecado en la Cruz, luego el llamamiento a salvación, la regeneración espiritual y la glorificación final de los redimidos, está comprendido en un todo procedente de la gracia (Ro. 8:28–30).
Cada paso en el proceso de salvación se debe enteramente a la gracia. Incluso la capacitación divina para salvación hace posible que el pecador desobediente por condición e hijo de ira por transgresión, incapaz de obedecer a cualquier demanda de Dios y mucho menos de entregarse personalmente en un acto de obediencia incondicional en el llamamiento divino a salvación, pueda llevarlo a cabo mediante la capacitación del Espíritu Santo (1 P. 1:2). El apóstol Pedro, en el versículo anterior, sitúa todo el proceso de salvación bajo la administración y ejecución de Dios, en un acto de amor benevolente que no es sino una manifestación expresiva de la gracia. Los sufrimientos del Salvador son también la consecuencia de la gracia (He. 2:9). La irrupción de Dios en Cristo, en la historia humana, tiene un propósito de gracia: “Para que por la gracia de Dios gustase la muerte por todos” (He. 2:9). No hay duda que el escritor se está refiriendo a la obra sustitutoria de Cristo en la Cruz. La Cruz da expresión al eterno programa salvífico de Dios. En ella, el Cordero de Dios fue cargado con el pecado del mundo conforme a ese propósito eterno de redención (1 P. 1:18–20). Cuando subió a la cruz lo hizo cargado con el pecado del mundo (1 P. 2:24).
La obra de Jesucristo es una manifestación de la gracia. Gracia es una de las expresiones del amor de Dios. Se ha procurado dar varias acepciones al término, pero, tal vez, la más gráfica sea definir la gracia como el amor en descenso. Cada vez que se habla de gracia hay un entorno de descenso de Dios al encuentro del hombre en sus necesidades. Con el Verbo vino la gracia en plenitud (Jn. 1:17), y con ella el descenso del Hijo a la experiencia de limitación en la carne (Jn. 1:14). En otro lugar y como ejemplo, el apóstol Pablo habla de gracia con estas palabras: “Ya conocéis la gracia de nuestro Señor Jesucristo, que por amor a vosotros se hizo pobre, siendo rico” (2 Co. 8:9). Nuevamente la idea de descenso, de desprendimiento rodea a la palabra gracia. No cabe duda que la gracia, como único medio de salvación, procede de Dios mismo y surge del corazón divino hacia el pecador, en el momento de establecer el plan de redención (2 Ti. 1:9).
En razón de la gracia, Dios se hace encuentro con el hombre en Cristo, para que los hombres, sin derecho a ser amados, lo sean por la benevolencia de Dios, con un amor incondicional y de entrega. Dios en Cristo se entrega a la muerte por todos nosotros, para que nosotros, esclavos y herederos de muerte eterna, a causa de nuestro pecado, alcanzáramos en Él la vida eterna por medio de la fe, siendo justificados por la obra de la Cruz (Ro. 5:1).