*Meditación*“* Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna.”* (Juan 3.16) Lutero denominó con justicia a este maravilloso versículo “la Biblia en miniatura”. Quizá no haya parte tan importante como las siete primeras palabras: “De tal manera amó Dios al mundo”. El amor del que se habla aquí no es ese amor especial con que el Padre considera a sus propios elegidos, sino la tremenda compasión y misericordia con que considera a toda la raza humana. No está destinado únicamente al pequeño rebaño que ha entregado a Cristo desde toda la eternidad, sino a todo el “mundo” de pecadores sin excepción. Hay un sentido profundo en que Dios ama a ese mundo. Considera a todos los que ha creado con misericordia y compasión. No puede amar sus pecados, pero ama sus almas: “Sus misericordias sobre todas sus obras” (Salmo 145:9). Cristo es el misericordioso don de Dios a todo el mundo. Debemos sostener firmemente que Dios odia la maldad y que el final de todos los que persisten en la maldad será la destrucción. No es cierto que el amor de Dios sea “más profundo que el Infierno”. No es cierto que de tal manera amó Dios al mundo que al final toda la Humanidad se salvará, sino que de tal manera amó Dios al mundo que ha dado a su Hijo para que sea el Salvador de todos los que creen. Su amor se ofrece a todos los hombres sin reservas, libre, plena y sinceramente, pero solo a través del canal de la redención de Cristo. El que rechaza a Cristo se aísla del amor de Dios y morirá para siempre. La fe en el Señor Jesús es la mismísima llave de la salvación. El que la tiene, tiene vida; y el que no la tiene, no tiene vida. No es preciso nada aparte de esa fe para nuestra justificación absoluta; pero nada salvo esta fe nos proporcionará parte en Cristo. Podemos ayunar y lamentar nuestro pecado y hacer muchas cosas buenas, seguir los mandatos religiosos y entregar todos nuestros bienes para alimentar a los pobres y, sin embargo, no recibir el perdón y perder nuestras almas. Pero si tan solo venimos a Cristo como pecadores culpables y creemos en Él, nuestros pecados serán perdonados de inmediato y todas nuestras iniquidades serán completamente quitadas de en medio. Sin fe no hay salvación; pero por medio de la fe en Jesús, el más vil de los pecadores puede ser salvo. Nuestro Señor le declara a Nicodemo aquí, que Dios ama a todo el mundo sin excepción; que el Mesías, el Hijo unigénito de Dios, es el don del Padre para toda la familia de Adán; y que todo aquel que crea en Él para salvación, ya sea judío o gentil, puede tener vida eterna. ¡Es imposible imaginar afirmación más asombrosa para los oídos de un fariseo! ¡No se puede encontrar un versículo más maravilloso en toda la Biblia! Que Dios ame a un mundo malvado como este en lugar de odiarlo; que le ame como para proporcionar la salvación; que a fin de proporcionar esta salvación no entregue a un ángel o un ser creado, sino un don de valor incalculable como es su Hijo unigénito; que esta gran salvación se ofrezca libremente a todo aquel que cree; ¡todo, todo esto es ciertamente maravilloso! Esta era ciertamente una cosa “celestial”.