Meditación
“Por nada estéis afanosos; antes bien, en todo, mediante oración y súplica con acción de gracias, sean dadas a conocer vuestras peticiones delante de Dios.”
(Filipenses 4:6)
¿Es realmente posible para un cristiano no inquietarse por nada? Es posible en tanto que tengamos el recurso de la oración de fe. El resto del versículo pasa a explicar cómo nuestras vidas pueden quedar libres de inquietudes pecaminosas. Antes bien, en todo, mediante oración y súplica con acción de gracias, sean dadas a conocer vuestras peticiones delante de Dios (BAS). Todo debería ser llevado al Señor en oración. Todo significa eso: todo. ¡No hay nada demasiado grande ni demasiado pequeño para Su amante solicitud!
La oración es a la vez un acto y una atmósfera. Acudimos al Señor en ocasiones específicas y traemos peticiones específicas delante de Él. Pero también es posible vivir en una atmósfera de oración. Es posible que el talante de nuestra vida sea de oración plena. Quizá la palabra oración en este versículo signifique la actitud global de nuestra vida, mientras que ruego (RVR77) o súplica (BAS) se refiera a las peticiones concretas que hacemos al Señor.
Pero luego deberíamos observar que nuestras peticiones deberían ser presentadas a Dios … con acciones de gracias. Alguien ha recapitulado este versículo como diciendo que deberíamos «no tener ansiedad por nada, orar en todo, y ser agradecidos por cualquier cosa».
En vista del hecho de que nadie sabe ni el día ni la hora en que Cristo volverá (Mt. 24:36), es preciso que todos estemos preparados, trabajando y velando en todo momento (Mt. 25:1–13). En la venida del Señor, todos los males serán corregidos y el creyente estará en Su presencia, plenamente vindicado. No lo abata, pues, el desengaño, ni se preocupe demasiado del futuro.
El antídoto ideal contra la ansiedad es el abrir efusivamente el corazón a Dios. Vale la pena responder unas cuantas preguntas sobre este particular:
a. ¿En qué momentos y circunstancias debe hacerse así?
Respuesta: “En todo”. Nótese el agudo contraste: “Por nada os inquietéis, sino que en todo … sean presentadas a Dios vuestras peticiones”. El contexto específico de este pasaje hace recaer el énfasis sobre todas aquellas circunstancias que podrían ser motivo de inquietud: “Echando toda vuestra ansiedad sobre él, porque él tiene cuidado de vosotros” (1 P. 5:7). Por supuesto, el abrir efusivamente el corazón a Dios no ha de limitarse sólo a este aspecto.
“Dulce oración, dulce oración,
que del cuidado terrenal
elevas tú mi corazón
al tierno Padre celestial.
Dulce oración, dulce oración,
al trono excelso de bondad
tú llevarás mi petición
a Dios que escucha con piedad”.
(W. W. Walford)
b. ¿En qué estado de ánimo debe hacerse esto?
Respuesta: Con sincera devoción y reverencia, según está implícito en las palabras “mediante la oración”. La oración es una forma de reverente petición dirigida a Dios.
c. ¿Cuál es la naturaleza de esta actividad?
Respuesta: Equivale a una plegaria. Nótese: “y la plegaria”. La plegaria es un humilde y ferviente clamor para pedir alguna cosa cuya necesidad se siente vivamente.
d. ¿Cuál es la condición para tener buena acogida?
Respuesta: Que estas cosas deben hacerse “acompañadas de acción de gracias”. Esto implica humildad, sumisión a la voluntad de Dios, sabiendo que su voluntad es siempre la mejor. Debe haber gratitud y reconocimiento por los favores pasados, las bendiciones presentes y la firme seguridad para el futuro. Pablo comienza casi todas sus epístolas con una efusiva acción de gracias a Dios. A lo largo de todos sus escritos insiste una y otra vez en la necesidad de ser agradecidos (Ro. 1:21; 14:6; 2 Co. 1:11; 4:15; 9:11, 12: Ef. 5:20; Col. 3:15; etc.). La oración sin acción de gracias es como un pájaro sin alas: no puede elevarse al cielo, no puede hallar acogida con Dios.
e. ¿Cuál debe ser el contenido?
Respuesta: No vagas generalidades. La oración que dice: “Señor, bendice todo lo que espera tu bendición”, puede ser apropiada en determinadas ocasiones, pero también puede ser usada demasiado. Es muy fácil echar mano de ella cuando uno no tiene nada concreto que pedir. Pablo dice: “Sean presentadas a Dios vuestras peticiones”. Los ruegos han de ser definidos y específicos (1 Jn. 5:15), según el claro ejemplo que tenemos en lo que comunmente se llama “la oración del Señor” (Mt. 6:9–13). Nótese también la preposición a, “a Dios” o “delante de Dios”. Uno entra en la misma presencia de Dios, sabiendo que no hay nada demasiado grande que su poder no pueda hacer, ni demasiado pequeño que su amor no pueda amar. ¿No es él nuestro Padre quien nos ama en Cristo con infinito amor?
(W.MacDonald, W.Hendriksen)