Meditación
“por cuanto todos pecaron y no alcanzan la gloria de Dios, siendo justificados
gratuitamente por su gracia por medio de la redención que es en Cristo Jesús”
(Romanos 3:23-24, LBLA)
La disponibilidad del evangelio es tan universal como la necesidad. Y la necesidad es universal por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios. Todos pecaron en Adán; cuando él pecó, actuó como representante de sus descendientes. Pero los hombres no son únicamente pecadores por naturaleza; son también pecadores por práctica. Están destituidos, en sí mismos, de la gloria de Dios.
¿Qué es el pecado? El pecado es cualquier pensamiento, palabra o acción que quedan cortos de la norma de santidad y perfección de Dios. Es fallar el blanco, no dar en la diana.
El pecado es ausencia de ley (1 Jn. 3:4), la rebelión de la voluntad de la criatura contra la voluntad de Dios. El pecado es no sólo hacer lo malo, sino también dejar de hacer lo que uno sabe que está bien (Stg. 4:17). Todo lo que no es de fe es pecado (Ro. 14:23). Esto significa que está mal para el hombre hacer nada acerca de aquello que tenga dudas razonables. Si no tiene una clara conciencia acerca de ello pero sigue adelante y lo hace, está pecando.
«Toda injusticia es pecado» (1 Jn. 5:17). Y el pensamiento del necio es pecado (Pr. 24:9).
A veces, Pablo distingue entre pecado y pecados. Pecados son las acciones malas que hemos cometido. Pecado tiene referencia a nuestra mala naturaleza —es decir, designa lo que somos—. Lo que somos es mucho peor que lo que jamás hemos hecho. Pero Cristo murió por nuestra malvada naturaleza así como por nuestros malvados hechos. Dios perdona nuestros pecados, pero la Biblia nunca habla de que Él perdona nuestro pecado. En lugar de ello, lo que hace es condenar o juzgar el pecado en la carne (Ro. 8:3).
Pablo ha demostrado que todos los hombres han pecado y que continuamente quedan destituidos de la gloria de Dios. Ahora pasa a presentar el remedio.
Pablo nos dice: “Siendo justificados gratuitamente por su gracia”. El evangelio nos dice cómo Dios justifica a los pecadores como un libre don y por un acto de favor inmerecido. Pero, ¿qué queremos decir cuando hablamos del acto de justificar?
La palabra justificar significa contar o declarar justo. Por ejemplo, Dios pronuncia a un pecador como justo cuando aquel pecador cree en el Señor Jesucristo. Esta es la forma en que la palabra se emplea con mayor frecuencia en el NT.
Sin embargo, un hombre puede justificar a Dios (véase Lc. 7:29) al creer y obedecer la palabra de Dios. En otras palabras, declara que Dios es justo en todo lo que Dios dice y hace.
Y, naturalmente, un hombre puede justificarse a sí mismo; es decir, puede afirmar su propia justicia (véase Lc. 10:29). Pero esto no es nada más que una forma de autoengaño.
Justificar no significa realmente hacer justa a una persona. Nosotros no podemos hacer justo a Dios. Él ya es justo. Pero podemos declararlo justo. Dios no hace impecable ni justo en sí mismo al creyente. Se trata de que Dios pone justicia a su cuenta. Como lo expresó A. T. Pierson: «Dios, al justificar a los pecadores, realmente los llama justos cuando no lo son —no imputa pecado cuando hay en realidad pecado, e imputa justicia donde no existe».
Una popular definición de la justificación es como si jamás hubiese pecado. Pero eso no va suficientemente lejos. Cuando Dios justifica al pecador que cree, no sólo lo absuelve de su culpa, sino que lo reviste de Su propia justicia y de este modo lo hace totalmente apto para el cielo. «La justificación va más allá de la absolución a la aprobación; más allá del perdón a la exaltación.» La absolución significa sólo que una persona queda liberada de una acusación. La justificación significa que nos es imputada una justicia positiva.
La razón de que Dios pueda declarar justos a pecadores impíos es que el Señor Jesús ha pagado completamente la deuda de sus pecados por Su muerte y resurrección. Cuando los pecadores aceptan a Cristo por la fe, quedan justificados.
Aquí en Romanos 3:24 el apóstol enseña que somos justificados gratuitamente. No es algo que podamos ganar ni comprar, sino algo que nos es ofrecido como un don.
Luego aprendemos que somos justificados … por la gracia de Dios. Esto sencillamente significa que es totalmente aparte de todo mérito en nosotros mismos. Por lo que a nosotros respecta, es inmerecido, no buscado y no adquirido.
A fin de evitar confusiones, deberíamos detenernos aquí y explicar que en el NT hay seis diferentes aspectos de la justificación. Se dice que somos justificados por la gracia, por la fe, por la sangre, por poder, por Dios y por obras; pero no hay contradicción ni conflicto.
Somos justificados por la gracia —esto quiere decir que no lo merecemos.
Somos justificados por la fe (Ro. 5:1) —esto significa que tenemos que recibir la justificación creyendo en el Señor Jesucristo.
Somos justificados por la sangre (Ro. 5:9) —esto se refiere al precio que el Salvador pagó para que pudiésemos ser justificados.
Somos justificados por poder (Ro. 4:24, 25) —el mismo poder que resucitó al Señor Jesús de entre los muertos.
Somos justificados por Dios (Ro. 8:33) —Él es Aquel que nos cuenta justos.
Somos justificados por obras (Stg. 2:24) —no significando que las buenas obras ganen la justificación, sino que son la evidencia de que hemos sido justificados.
Volviendo a 3:24, leemos que somos justificados mediante la redención que es en Cristo Jesús. Redención significa recuperar por recompra pagando el precio de rescate. El Señor Jesús nos redimió del mercado de esclavos del pecado. Su preciosa sangre fue el precio de la redención que fue pagado para dar satisfacción a las demandas de un Dios santo y justo. ¡Bendito sea Dios por siempre!
(William MacDonald)
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