Meditación
“ De cierto, oh Dios, harás morir al impío;
Apartaos, pues, de mí, hombres sanguinarios.
Porque blasfemias dicen ellos contra ti;
Tus enemigos toman en vano tu nombre.
¿No odio, oh Jehová, a los que te aborrecen,
Y me enardezco contra tus enemigos?
Los aborrezco por completo;
Los tengo por enemigos.
Examíname, oh Dios, y conoce mi corazón;
Pruébame y conoce mis pensamientos;
Y ve si hay en mí camino de perversidad,
Y guíame en el camino eterno. “ (Salmo 139:19-24)
Finalizando nuestra meditación del Salmo.
139:19–22 Después de contemplar la omnisciencia, la omnipresencia y la omnipotencia de Dios, el salmista piensa en aquellos pequeños y miserables seres que se atreven a rebelarse contra Él, y concluye que su castigo es bien merecido. Inevitablemente alguien fruncirá el ceño al leer la oración de David en los versículos 19–22, como si fuera algo menos que cristiano en su tono. Protestarán diciendo que los sentimientos del salmista suenan a juicio y son incompatibles con el amor divino. Por mi parte, me parece que el amor de Dios ha sido enfatizado fuera de proporción con Su santidad y Su justicia. Es verdad que Dios es amor, pero esta no es toda la verdad. Solamente es uno de Sus atributos. Y Su amor nunca puede ser ejercitado a expensas de cualquier otro atributo Suyo. Además, el hecho de que Dios es amor no significa que Él sea incapaz de aborrecer: «Pero al malo y al que ama la violencia, su alma los aborrece» (Sal. 11:5); aborrece a todos los que hacen iniquidad (Sal. 5:5); abomina: «a los ojos altivos, la lengua mentirosa, las manos derramadoras de sangre inocente, el corazón que maquina pensamientos inicuos, los pies presurosos para correr al mal, el testigo falso que habla mentiras, y el que siembra discordia entre hermanos» (Pr. 6:16–19).
Edward J. Young nos recuerda:
«Antes de que condenemos a David por esta oración, sería bueno reconocer que nosotros mismos oramos por lo mismo, cuando empleamos las palabras del Padrenuestro: “venga tu reino, hágase tu voluntad».
La venida del reino de Cristo será precedida por la destrucción de Sus enemigos, así que orar por una cosa es pedir también la otra. David añora, sin vergüenza alguna, el tiempo en que Dios matará a los malos, y cuando los hombres sanguinarios habrán cesado para siempre de perseguirle (v. 19). Éstos son hombres que desafían maliciosamente al Señor y se alzan contra Dios con intenciones malvadas.
El aborrecimiento que David sentía hacia esos hombres no fue cuestión de una ofensa personal. Al contrario, fue porque ellos aborrecían a Dios y se rebelaron contra el Altísimo. Fue su celo por el honor del Señor que le hizo aborrecerlos por completo y tenerlos por enemigos suyos. En esto él nos recuerda al Señor Jesucristo, cuyo celo por la casa de Su Padre le motivó a echar fuera a los cambistas. «Las cuerdas del arpa de David eran las cuerdas del corazón de Jesús». Young explica:
«David aborrecía, pero su aborrecimiento era como el de Dios; no procedía de una emoción mala, sino más bien del deseo ferviente y sincero de que los propósitos de Dios sean mantenidos y que la maldad debe perecer. Si David no hubiera aborrecido, habría deseado el éxito del mal y la caída de Dios mismo. Está bien recordar estos pensamientos y tenerlos en cuenta al considerar la naturaleza del odio de David».
Termina el salmo con una apelación a su sinceridad ante Dios (vv. 23, 24). El odio que siente hacia los malvados le induce a rogar a Dios que le escudriñe el corazón y, si halla en él alguna desviación, desconocida para el propio salmista, del buen camino, que se la haga saber y le guíe por el camino eterno. En este estadio de la revelación, no puede suponerse que el salmista se refiera a la eternidad de ultratumba, sino que pide a Dios que le guíe por el camino recto que conduce a una vida prolongada, en contraste con el mal camino de los impíos, el cual lleva a la perdición (comp. con 1:6).