Meditación
“¿A dónde me iré de tu Espíritu?
¿Y a dónde huiré de tu presencia?
Si subiere a los cielos, allí estás tú;
Y si en el Seol hiciere mi estrado, he aquí, allí tú estás.
Si tomare las alas del alba
Y habitare en el extremo del mar,
Aun allí me guiará tu mano,
Y me asirá tu diestra.
Si dijere: Ciertamente las tinieblas me encubrirán;
Aun la noche resplandecerá alrededor de mí.
Aun las tinieblas no encubren de ti,
Y la noche resplandece como el día;
Lo mismo te son las tinieblas que la luz.” (Salmo 139:7-12)
Continuemos meditando este Salmo: “Dios es Omnipresente”
139:7–8 Dios no sólo es omnisciente, sino que también es omnipresente. Está en todos los lugares al mismo tiempo. No obstante, la omnipresencia de Dios no es lo mismo que el panteísmo, que enseña que la creación es Dios. ¿Hay algún lugar donde el hombre pueda evadir al Espíritu Santo de Dios? ¿Hay algún lugar donde se pueda esconder de la presencia del Señor? Supongamos que el hombre pudiera ascender al cielo. ¿Eludiría a Dios ahí? Por supuesto que no; el cielo es el trono de Dios (Mt. 5:34). Aunque hiciera su cama en el Seol, el estado incorporal, ahí encontraría también al Señor.
139:9–10 «Si tomare las alas del alba y habitare en el extremo del mar, aun allí me guiará tu mano, y me asirá tu diestra». Las alas del alba son una alusión a los rayos matutinos del sol, que vuelan de un lado a otro en los cielos, de oriente a occidente a la velocidad de la luz. Aunque pudiéramos viajar a la velocidad de la luz hasta algún rincón remoto del universo, encontraríamos que el Señor está allí, esperándonos para guiarnos y sostenernos.
Ante tanta sabiduría divina, el ser humano intenta esconderse. La primera reacción del salmista, ante el descubrimiento del poder de Dios, es huir de la presencia divina pues reconoce su imperfección y pequeñez, y acepta su incapacidad de comprender esas características omniscientes del Señor.
En un magnífico estilo literario y poético, el salmista imagina las huidas humanas del poder divino.La gente, de acuerdo con el salmo, huye del espíritu divino, que alude al soplo de vida, y huye de su presencia. Y en ese viaje de huida al porvenir, intenta esconderse en los cielos y en el seol, para descubrir que hasta esas extremidades llega el Señor.
Si viajara imaginativamente en las alas del alba y llegara a los extremos del mar, se sorprendería en ver que ya la presencia divina invade esos lugares. Inclusive, si tratara de esconderse en la penumbra, descubriría que ante Dios lo mismo son las tinieblas que la luz, pues no puede esconderse en el anonimato de la noche quien ha sido creado por el Señor que creó la luz (Gn 1:3). Ante las manifestaciones extraordinarias y únicas de un Dios omnipresente el ser humano no puede esconderse.
139:11–12 Si uno quisiera que las tinieblas le escondieran de Dios, estaría confiando en un refugio falso. La noche no puede prevenir ni excluir la presencia del Señor. Las tinieblas no son tinieblas para Él. «La noche resplandece como el día; lo mismo te son las tinieblas que la luz». Dios es absolutamente ineludible.
Como dijo Pascal: «Su centro está en todo lugar; y no tiene circunferencia».