Meditación
“fortalecidos con todo poder, conforme a la potencia de su gloria, para toda paciencia y longanimidad” (Colosenses 1:11)
El poder para la vida cristiana procede siempre de Dios. Esa potencia espiritual capacita para el ejercicio de cuatro virtudes, dos de ellas en el texto presente. El apóstol sigue con expresiones absolutas. Antes habló de toda sabiduría e inteligencia espiritual; luego de agradar a Dios en todo; seguidamente del fruto manifestado en toda buena obra; ahora de todo poder, toda paciencia y longanimidad. Frente a los relativos actuales, la Biblia ofrece la dimensión de los absolutos, como corresponde a la única medida perfecta que es Jesucristo.
El apóstol hablando de Dios hace referencia a todo poder, en el cual el creyente esta siendo fortalecido. La vida que es agradable a Dios tiene que ser vivida en un plano sobre natural, para el que la fuerza natural del hombre no es suficiente. Para dar una idea de la plenitud de poder que Dios comunica, el apóstol acumula términos equivalentes que lo remarcan: Poder, ser fortalecidos, según el poder. La plenitud del poder de Dios sobrepasa a todo lo que el hombre puede expresar con palabras.
Las ideas del apóstol se expresan arrolladoramente, con una conexión difícil si se quieren analizar independientemente. Termina refiriéndose a la, potencia de su gloria. La expresión es un hebraísmo que equivale a la soberanía omnipotente y gloriosa de Dios
La gloria de Dios es el conjunto de perfecciones que expresan lo que Él es, lo que técnicamente se llaman atributos. Sin embargo, en el pasaje la alusión a la gloria está vinculada con la comunicación de poder. Dios es omnipotente, quiere decir que puede llevar a cabo todo lo que se propone. La Biblia habla de esa gloriosa perfección: “Una vez habló Dios; dos veces he oído esto: Que de Dios es el poder” (Sal. 62:11). No es posible entender esa dimensión divina porque no hay relación alguna de comparación con nada cuanto existe. Ante Él “todos los habitantes de la tierra son considerados como nada; y él hace según su voluntad en el ejército del cielo, y en los habitantes de la tierra, y no hay quien detenga su mano, y le diga: ¿Qué haces?” (Dn. 4:35). Jesús manifestó la omnipotencia divina en sus muchos milagros. Cabe destacar por la grandiosidad del hecho en sí, la resurrección de Lázaro, donde la omnipotencia se expresó públicamente en las palabras de autoridad: “Lázaro, ven fuera” y quien estaba muerto desde hacía cuatro días, vino a la vida.
Dios manifiesta su omnipotencia en la creación; todo cuanto existe vino a la existencia por la voz de autoridad que dijo Sea y fue hecho conforme a su designio. Por eso el salmista recuerda que “Él dijo, y fue hecho; Él mandó, y existió” (Sal. 33:9). Ahí delante toda la creación de Dios, que “por la palabra de Jehová fueron hechos los cielos, y todo el ejército de ellos por el aliento de su boca” (Sal. 33:6). No solo manifiesta su omnipotencia en la creación, sino también en la conservación de todo lo creado, ya que “sustenta todas las cosas con la palabra de su poder” (He. 1:3).
Su omnipotencia se manifiesta en sus juicios, el diluvio, la acción contra Sodoma y Gomorra, la destrucción de los ejércitos de Faraón en el mar por donde antes, en seco, había cruzado Su pueblo.
Su omnipotencia está comprometida con la vida del creyente. Dios es el que hace milagros portentosos como que “Él da esfuerzo al cansando, y multiplica las fuerzas al que no tiene ningunas” (Is. 40:29). Dos cosas imposibles para el hombre. Nadie puede esforzar a quien está cansado y mucho menos a quien no tiene ninguna fuerza, pero Dios lo hace multiplicando lo que es cero y haciendo el milagro de darle fuerzas a quien no las tiene.
La gracia pone la fuerza de Dios a disposición de los suyos para que levanten alas como las águilas y caminen sin cansancio y sin fatiga. Lo que el apóstol está enseñando es que Dios da los recursos necesarios de poder para servir en cualquier circunstancia (Fil. 4:13).
Esa capacidad poderosa de Dios capacita para el ejercicio de la paciencia y la longanimidad. La paciencia, tiene que ver con la capacidad que permite mantenerse firme bajo un peso. Es estar firme y perseverar en la fe bajo cualquier circunstancia o situación adversa. Esta virtud permite ser perseverante en la fidelidad en cualquier tiempo de aflicción, sufrimiento y persecución. Pero también la gracia conduce a vivir en, literalmente manifestando un corazón grande. Es la capacidad para resistir sin tomar represalias ante cualquier provocación que venga de los hombres. Esa longanimidad se ve fortalecida por la esperanza, considerando las vicisitudes como algo transitorio que producen un mayor peso de gloria (2 Co. 4:17). La longanimidad no solo es una virtud humana, sino también un atributo divino, que se atribuye a Dios (Ro. 2:4; 9:22), y se atribuye también a Cristo (1 Ti. 1:16). Esta virtud activada por el Espíritu Santo en el cristiano, se manifiesta en la actitud hacia las personas y no hacia las cosas. Tanto la paciencia como la longanimidad son dones de Dios (Ro. 15:5; Gá. 5:22).
(S.Pérez M.)
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