“El que cree en El no es condenado; pero el que no cree, ya ha sido condenado, porque no ha creído en el nombre del unigénito Hijo de Dios.” (Juan 3.18)

Meditación

El que cree en El no es condenado; pero el que no cree, ya ha sido condenado, porque no ha creído en el nombre del unigénito Hijo de Dios.” (Juan 3.18)

[Porque no ha creído […] nombre […] Hijo de Dios]. Esta frase está pensada precisamente para mostrar que no hay pecado tan grande y tan destructor del alma como la incredulidad. En un sentido es el único pecado imperdonable. Todos los demás pecados se pueden perdonar, independientemente de cuántos y cuán grandes sean, y uno puede presentarse ante Dios. Pero si uno no cree en Cristo, no hay esperanza para él; y si insiste en su incredulidad, no puede ser salvo.

No hay nada tan ofensivo e injurioso para Dios como rechazar la gloriosa salvación conseguida a tan alto precio por medio de la muerte de su Hijo unigénito. No hay nada tan suicida por parte del hombre que dar la espalda al único remedio que puede curar su alma. Otros pecados pueden ser de color carmesí, sucios y abominables. Pero no creer en Cristo es cerrarnos la puerta del Cielo y privarnos completamente de él.

Se ha dicho acertadamente que el pecado de Judas Iscariote de no creer Cristo para recibir el perdón tras haberle traicionado fue mayor que la traición de entregarle a sus enemigos. Sin duda, traicionarle fue un acto de enorme codicia, maldad e ingratitud. Pero no buscarlo después por fe para recibir el perdón fue no creer en su misericordia, amor y poder para salvar.

La expresión “el nombre” como objeto de la fe se explica en el versículo 1:12. que dice:

Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios

Aquí, como muy a menudo, representa los atributos, la naturaleza y el oficio del Hijo de Dios.

Lutero, citado por Brown, comenta:

“De ahora en adelante, el que sea condenado no debe quejarse de Adán y de su pecado innato. La semilla de la mujer, que Dios prometió que heriría la cabeza de la serpiente, ya ha llegado y ha expiado el pecado y apartado la condenación. Lo que debe hacer es clamar contra sí mismo por no haber aceptado al Cristo y creído en Él, en Aquel que aplastó la cabeza del diablo y estranguló al pecado. Si yo no creo eso, mi pecado y condenación seguirán ahí”.

“Mas a todos los que lo recibieron,

a quienes creen en su nombre,

les dio potestad de ser hechos hijos de Dios.

Estos no nacieron de sangre,

ni por voluntad de carne,

ni por voluntad de varón,

sino de Dios.”

(Juan 1:12-13)

Fue profunda la paz que por fin encontré

Santo gozo que el mundo no da

Cuando vine por fe, cuerpo y alma entregué

a mi tierno Bendito Jesús.

Bendito Jesús, Bendito Jesús

Loado por célicas huestes en luz

Me postro en amor

Divino Señor

Mi tierno Bendito Jesús.

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