Meditación
“Y se le dio el libro del profeta Isaías; y habiendo abierto el libro, halló el lugar donde estaba escrito: El Espíritu del Señor está sobre mí, Por cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres; Me ha enviado a sanar a los quebrantados de corazón; A pregonar libertad a los cautivos, Y vista a los ciegos; A poner en libertad a los oprimidos; A predicar el año agradable del Señor.” (Lucas 4:17-19)
Podemos observar en estos versículos, por otro lado, qué sorprendente descripción ofrece nuestro Señor a la congregación de Nazaret de su propio oficio y ministerio. Se nos dice que escoge un pasaje del libro de Isaías en el que el profeta anuncia la naturaleza de la obra que haría el Mesías cuando viniera al mundo. Lee cómo se anunció que daría “buenas nuevas a los pobres”, que sería “enviado a sanar a los quebrantados de corazón”, que pregonaría “libertad a los cautivos, y vista a los ciegos”, que pondría “en libertad a los oprimidos” y que predicaría “el año agradable del Señor”. Y, cuando nuestro Señor hubo leído esta profecía, le dijo a la multitud que escuchaba a su alrededor, que Él mismo era el Mesías acerca del cual se habían escrito aquellas palabras y que en Él y en su Evangelio se cumplirían las maravillosas figuras del pasaje.
Bien podemos creer que había un profundo significado en la selección por parte de nuestro Señor de este pasaje especial de Isaías. Deseaba imprimir en sus oyentes judíos el verdadero carácter del Mesías a quien Él sabía que todo Israel estaba esperando. Sabía bien que ellos buscaban un mero rey transitorio que los liberaría del dominio romano y que volvería a hacer que tuvieran primacía sobre las naciones. Quería que entendieran que esas expectativas eran prematuras y erróneas. El reinado del Mesías en su Primera Venida sería un reinado espiritual en los corazones. Sus victorias no serían sobre enemigos del mundo, sino sobre el pecado. Su redención no sería del poder de Roma, sino del poder del diablo y del mundo. Era así, y no es de otra manera en el presente, como debían esperar ver el cumplimiento de las palabras de Isaías.
Cuidémonos de conocer personalmente en calidad de qué debemos considerar a Cristo principalmente. Es correcto y bueno reverenciarle como Dios mismo. Está bien conocerle como Cabeza de todas las cosas, el Profeta poderoso, el Juez de todo, el Rey de reyes. Pero no debemos quedarnos ahí si esperamos ser salvos. Debemos conocer a Jesús como el Amigo de los pobres en espíritu, el Médico del corazón enfermo, el Libertador del alma atada. Estas son las labores principales que vino a cumplir en la Tierra. Es a la luz de esto como debemos aprender a conocerle, y conocerle por una experiencia interior y no solo por escucharle con nuestros oídos. Sin ese conocimiento, moriremos en nuestros pecados.