Meditación
“Bueno es ser celosos en bien siempre; y no solamente cuando estoy presente con vosotros.”
(Gálatas 4:18)
La Biblia nos dice que los creyentes deben ser personas celosas. Cristo se dio a sí mismo para fuésemos “un pueblo celoso de buenas obras”. (Ti. 2:14) El dijo a la Iglesia de Laodicea: “Sé pues celoso, y arrepiéntete.” (Apocalipsis 3:19) En esta oportunidad veremos la importancia del celo cristiana, confiando en que esto nos anime para ser “celosos para el bien”
¿Qué es el celo cristiano?
El celo cristiano es un deseo ardiente de agradar a Dios, de hacer su voluntad y de promover su gloria en el mundo. Por naturaleza nadie siente este deseo, pero Dios lo pone en el corazón de cada creyente en el momento de su conversión. En algunos creyentes este deseo es mucho más fuerte que en otros. Cuando es realmente fuerte, un hombre hará cualquier sacrificio, soportará cualquier dificultad, se negará a sí mismo cualquier comodidad, dará todas sus fuerzas y aún la vida misma, con el fin de agradar a Dios y honrar a Cristo.
Un hombre celoso vive para una sola cosa. Toda su vida está entregada a un solo propósito y éste es el de agradar a Dios. No le importa cuáles sean las consecuencias o qué opinen los demás. Su celo siempre se manifestará en cualquier circunstancia. Si no puede servir en forma activa, entonces se entregará a la oración. Si no puede hacer la obra él mismo, pedirá a Dios hasta que el Señor levante a otros para que lo hagan.
Todos conocemos la actitud mental la cual caracteriza a los grandes hombres en el mundo. Ponen a un lado todo, salvo lo que están persiguiendo, y constantemente se esfuerzan hacia una sola cosa. Así es en la esfera de la ciencia y también con aquellos hombres que amasan grandes fortunas. Ahora, cuando tenemos la misma mentalidad con respecto a Cristo, esto es lo que significa el celo cristiano.
Este celo fue una característica de todos los apóstoles. Consideremos la vida del apóstol Pablo. Cuando habló con los ancianos de Efeso en su discurso de despedida dijo:
-“Mas de ninguna cosa hago caso, ni estimo mi vida preciosa para mí mismo.” (Hechos 20:24)
– Escribió a los filipenses: “Una cosa hago… Prosigo al blanco, al premio de la soberana vocación de Dios en Cristo Jesús.” (Filipenses 3:13–14)
Desde el día de su conversión, renunció a todas sus esperanzas terrenales, y abandonó todo por amor de Cristo, dedicándose a viajar por el mundo predicando al Cristo que anteriormente había perseguido. El sufrió penalidades, persecución, oposición, encarcelamientos y por fin la misma muerte por amor de Cristo. Esto fue verdadero celo cristiano.
Este celo fue una característica de los creyentes primitivos. Muchos perdieron todas sus posesiones materiales por amor de Cristo. Su fe les acarreó persecución y reproche, y sus sufrimientos probaron que ellos fueron celosos.
El celo ha sido una característica de los hombres de Dios a lo largo de la historia. Martín Lutero y los reformadores fueron celosos. Ellos estuvieron dispuestos a exponer sus propias vidas por amor de Cristo. Misioneros tales como William Carey y Henry Martyn fueron celosos. Martyn fue un hombre brillante que tenía la perspectiva de obtener un éxito contundente en su carrera en el mundo, pero prefirió predicar a Cristo en las tierras paganas.
El celo fue una característica del Señor Jesucristo mismo. Si fuéramos a dar ejemplos de su celo, nunca acabaríamos. ¡El fue todo celo! A la luz de estas cosas, nunca debemos menospreciar el celo cristiano.
Algo de historia:
En el año 112 d. C., Plinio el Joven, gobernador de Bitinia, escribió una carta al emperador Trajano, en la cual pide consejo sobre cómo tratar a los cristianos, que proliferaban en su provincia. En medio de la carta, hace una descripción de sus cultos, según evidencias conseguidas mediante la tortura de algunos cristianos:
Plinio al Emperador,
“el contagio de esta superstición ha penetrado, no sólo en las ciudades, sino también en los pueblos y los campos”.
Plinio sencillamente requirió de ellos que invocaran a los dioses, que adoraran al emperador ofreciendo vino e incienso ante su estatua, y que maldijeran a Cristo. Quienes seguían sus instrucciones en este sentido, eran puestos en libertad, pues según Plinio le dice a Trajano, “es imposible obligar a los verdaderos cristianos a hacer estas cosas”
“Tenían la costumbre de reunirse en un día determinado antes del alba, cuando cantaban un himno a Cristo como Dios, y se comprometían bajo promesa, a no cometer ningún acto malo, sino a abstenerse de todo fraude, hurto y adulterio, a no quebrantar su palabra ni negar su confianza cuando debían honrarla; después de lo cual era su costumbre separarse y volverse a encontrar para comer juntos.”